jueves, 12 de abril de 2012

"Morir en el río" de Celso Peyroux

Morir en el río
Desde siempre fue el río un lugar de desgracias

        No hay balada más bella que la corriente de un río ni paraje más grandioso  que las hoces de un desfiladero. Efluvios azules y verdes, puntillas y encajes en las torrenteras y rabiones con los alisos, los álamos, los juncales y las menudas vegetaciones riendo en sus orillas. Las truchas de pintas rojas, los salmones, las nutrias, los mirlos de pechuga blanca, los círculos concéntricos que dejan a su paso los patos y los ánades y el vuelo apacible de las garzas.

            Pero desde siempre fue el río un lugar de desgracias y en esta ocasión no fueron las alas de las aves si no el inocente planeo de un aeroplano de juguete que, perdiendo el rumbo, se fue a estrellar contra las ramas de unos árboles que crecen en medio de un islote.

            Ni Diego ni Toni podían imaginar que la recuperación de un minúsculo aparato de distracción les iba a costar la vida. De nada sirvieron la cuerda, ni las brazadas, ni las voces desesperadas de la mujer pidiendo auxilio. Es igual que Diego nadara como un pez ni a las mil maravillas, Cristina. Un río bravo y enloquecido se lleva todo cuanto encuentra por delante.

            Padre río, padre bello, padre cruel y traicionero. Una vez más, el río que va a morir a la mar, se llevó consigo el aliento de los dos amigos para siempre. Saqué una vez a un ahogado de las aguas y me entró gran tristeza y me puse a llorar amargamente.

            La primavera se ha marchitado en Udrión y las aguas del Nalón vuelven a bajar negras en señal de luto.

Celso Peyroux

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