domingo, 10 de julio de 2016

El pan nuestro de cada día, Celso Peyroux

Los últimos druidas
El pan nuestro
de cada día
Celso Peyroux

Las gentes de las grandes ciudades no tienen en cuenta a los centenares de personas que abastecen los comercios y grandes superficies donde compramos, entre otros alimentos, el pan nuestro de cada día. Que poco se piensa en el labrador que sembró el trigo y el panadero que, a horas intempestivas de la madrugada, labora con cariño la harina en la artesa. Una reflexión, de cuando en cuando, nos vendría muy bien para recordar la cadena humana que se mueve desde el grano hasta la barra, hogaza o “baguette” que calientes y apetitosas se exponen en las panaderías. ¡Qué hermoso y vetusto oficio! Por eso, cuando Antón el panadero de Villar de Salcedo en esas tierras de Dios, que es Quirós, recibió, en el Prau Llaguezus, el premio del "Abuelo del Aramo", no pudo por menos que esbozar una sonrisa de agradecimiento. En el mundo sigue habiendo cigarras, hormigas y se hace presente la fábula de Lafontaine: cantar y laborar.  Tal vez suene  la  balada estival a una  utopía pero ántropos -hombres y mujeres- es dichoso cuando ambas parcelas de la vida se hacen realidad.

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