Se murió un guitarrista limpio de corazón,
ligero de equipaje y generoso.
“…Lo demás era muerte/ y sólo muerte/ a las
cinco de la tarde…” Como en los versos de García Lorca -en la mortal cornada de
su amigo Ignacio Sánchez Mejías-, el guitarrista y “…Compañero del alma,
compañero” Juan Salazar Hernández se nos moría –con sus setenta años y al
verde, verde limón- de la enfer medad que señala el zodiaco en noches de cielo eterno mientras Las
Pléyades cantaban la canción del olvido.
Aunque nacido en León, rezumaba asturianía en su sangre gitana y su
Oviedo querido lo llevaba siempre a su lado. Venido al mundo para ser diestro
con la guitarra en la mano -de igual manera que su hermano Pepín, dos artistas
de la ciudad-, su madre Victoria -La Chatina- le había enseñado el embrujo y el
sortilegio del flamenco para cantar, vestir, dialogar, palmear y sobre todo
para sacar de su arpa mágica lo más profundo y sutil de tan bello instrumento.
Por mar y por montañas: “Verde que te quiero
verde/ verde viento, verde ramas…” había viajado por España, Europa y América
con sus recitales y grupos de flamenco entre ellos el de Lola Flores, por cuya
“Faraona” sentía una verdadera devoción. Juan Salazar tenía cita todos los
viernes en la vinoteca “La Barrica literaria” donde era querido y admirado
tanto por su toque flamenco como por sus rumbas que cantaba con gran gusto y
maestría al tiempo que interpretaba canciones sin fronteras a medida que se las
iban solicitando los espectadores. Pero lo que más gustaba en su rincón de
poemas, “palos”, vinos y viandas era su alma exquisita, su gracia, su don de
gentes y su generosidad.
Juntos colaboramos en nuestro álbum
poético-musical dirigidos por el maestro Jesús Ángel Arévalo con siete baladas de
amor plenas de versos y diapasones. Y una tarde de estío, como Cástor y Pólux de
la mano, lo fuimos a presentar, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA
junto a Juan Antonio Brañas, Carlos Feijóo y Javier de Lasheras. Lo
habíamos titulado “Pléyades” y en el disco se recogían poemas y romances de la
Andalucía profunda y luminosa con toques de: alegrías, farrucas, soleares,
cañas, zorongos y guajiras y “Haití, mon amour” en el recuerdo.
Juan Salazar –humilde y “ligero de equipaje”-era
un cristiano evangélico profundo y en todo momento daba santo y seña de
cualquier tipo de pasajes de la Biblia. Era un enamorado de la poesía de San
Juan de la Cruz, los hermanos Machado y Federico García Lorca. Su poema prefer ido era "Thamar y
Amnón" de resonancias bíblicas en tiempos del rey David. Con paciencia y
estudio, había armonizado y adaptado para la voz del rapsoda difer entes poemas depositando en
cada versión un gran sentimiento.
El destino nos cruzó en la senda de la vida
muy tarde. Hubiéramos cantado, tañido, leído, bailado con miradas al Aramo,
Sobia y Peñaubiña y sobre todo, con visiones al barro mal cocido y a la
misteriosa luminaria que llevamos dentro porque Juan era un sabio de sentencias
precisas y preciosas. Así y todo, aun tuve tiempo de contemplar su alma
encendida de amor y de esperanza.
La Barrica Literaria está de luto pero, con la
rama verde del olmo de Machado, volverá a sonreír con el milagro de la
primavera y el recuerdo que quedará en sus amigos mirando su rostro en un
cuadro y “…su voz de clavel varonil…”.
“…Tres golpes de sangre tuvo/ y se murió de
perfil…” al igual que lo hizo su primo Antoñito el Camborio, otro moreno de
verde luna y “…viva moneda que nunca/ se volverá a repetir…”. Amén.
Celso Peyroux
Juan Salazar una gran persona y muy buen amigo mío en una ocasión me acompaño en trasona de aviles yo cantando y era muy bueno por qué ami me acompaño muchas veces su hermano Pepín Salazar que éramos grandes amigos pero no triunfo más por qué era fan de Lola flores y la imitaba muy bien por eso no triunfo en lo sullo pero tenía una capacidad para componer estraodinaria que Dios lo tenga en su gloria porque era un buen cristiano
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