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martes, 12 de mayo de 2015

Retazos mineros, José Manuel Ibáñez

Como simple preambulo, agradecer al amigo Francisco Trinidad, alma mater de este encuentro de Escritores de la Mina, la invitación que me hace para incorporarme a este selecto grupo de gentes que de un modo u otro marcan la pauta en todo lo relacionado con algo tan nuestro. Me acerco a ello con la simple y humilde idea de escuchar, y sobre todo de aprender de maestros de reconocido prestigio en las variantes que el tema tiene.
A estas alturas calculo que he escrito un millar de artículos en diarios -básicamente en La Nueva España-, revistas o sencillos porfolios de fiestas. En buena lógica, y siendo uno nativo y residente de toda la vida en las Cuencas, el tema de la mina, sin haber sido una constante, si ha sido un referente en alguno de los citados artículos.
Al igual que Víctor Manuel, mi abuelo fue picador allá en la mina. Se llamaba Julio, y su vida puede ser un fiel reflejo de los de su época. Víctima de una profesión más que dura, acentuada por un trabajo sin medios de protección de ningún tipo, en tiempos de posguerra con necesidades perentorias sin cubrir, cual podía ser la mínima alimentación, con lo cual resulta fácil el suponer su final que no fue otro que una muerte joven, supongo que como tantos otros en aquellos tiempos.
Hace tiempo que todo cambió, obviamente para bien.
De todos modos uno, siempre -o eso creo- se ha referido al tema de un modo un tanto peyorativo, básicamente por los cambios que llevaron aparejados consigo la llegada de toda una serie de personajes -trepas y vividores- que de un modo u otro desvirtualizaron la profesión del minero.
No hace falta extenderse sobre ello, porque en la mente de todos están.
Y por si alguno pueda pensar que hablo de boquilla cuando me refiero a la dureza de la profesión, tengo la experiencia que cualquiera de las Cuencas debería pasar. Hace muchos años visité el pozo Barredo en compañía de un amigo y un colega suyo como guía. Puedo decir que nunca lo pasé tan mal en mi vida.
Después de un tiempo que me pareció interminable,con un lejano "furacu" como referencia, trepando entre maderos que se resquebrajan -el día anterior hubo un derrabe-, tuve la verdadera sensación de lo que supone el trabajo diario en la mina, y el valor de las gentes que en ellas se ganan su diario sustento.

Pozo Barredo
Pozo Barredo, Foto de Ángel García Díaz

Hombre, también debería añadir que algunos tienen un sentido del humor relativo, dado que cuanto más "putas" las estábamos pasando podíamos escuchar comentarios similares a "hoy tenemos señoritos o pijos de visita" y debías apartarte porque te envolvían riadas de carbón.
Hace unas fechas tuve la ocasión de entrevistar al Jefe de la Brigada de Salvamento Minero, y los medios actuales son una maravilla en todos los aspectos, lo que nos da un plus de seguridad no sólo a ellos, si no a la ciudadanía en su conjunto, y llegado aquí uno no tiene por menos de acordarse de los viejos tiempos de los abuelos citados, en los que faltaba de todo.
Pese a los innumerables parcheos las minas van teniendo una muerte lenta y dulce. Sintomático resulta que desde hace unos años tengamos un museo a ellas dedicado. Pero la figura del minero, aunque sólo sea en su faceta literaria, como la que aquí nos está ocupando, queda meriadianamente claro que nunca desaparecerá.
Gestas heroicas, compañerismo y sacrificio, rescates imposibles, épocas de durísimo trabajo, hambre y miseria y huelgas. Ahora mismo se conmemoran los 35 años de la "huelgona" de 62, que sentó las bases de un antes y un después de nuestra reciente historia.
Decía al principio que más de una vez he sido peyorativo en mis comentarios sobre alguno de los temas relacionados con la mina y todo su entorno. Ello ha sido fruto de observar actitudes impropias del genuino minero, aunque lo propio sería entrecomillar lo de "minero" al referirme a ciertos individuos. Que si me apuran podría decir que se encuentra atrapado entre intereses partidistas de diverso tipo. Además, aderezado con lo que puede ser una falta de sensibilidad con los que hace mucho tiempo dejaron su salud, e incluso su vida, recibiendo como pago el olvido y la miseria.
Docenas de poetas han cantado a la mina en todas sus vertientes, entre ellos el considerado poeta de la mina, Albino Suárez, del que podría tomar prestado cualquiera de sus innumerables poemas de la mina y los mineros en su conjunto. Por fortuna, Albino Suárez está hoy con nosotros, y es el maestro quien debe deleitarnos con ellos.
Así que voy a terminar estas líneas recordando al poeta langreano Benjamín Mateo, que con lucidez reflejaba en cortos versos, algo demasiado común en sus tiempos.
¡Nadie la vislumbra y llora
Santa Bárbara en la tarde...!
El grisú afiló sus dientes
en esmeriles de carne...
¡Qué tristes se van quedando
hoy los íntimos lugares!
La mina es la viuda mala
a quien no consuela nadie
Y el río es un crespón negro
que va moviendo valles.
Son las praderas de Asturias
¡ay cómo suspira el aire!
José Manuel Ibáñez,
Actas del Cuarto Encuentro de Escritores de la Mina celebrado en  2007

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