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jueves, 7 de abril de 2016

Llegan las golondrinas, se van las gentes, Celso Peyroux

Los últimos druidas
Llegan las golondrinas,
se van las gentes
Celso Peyroux

Creo que no es mi villa: San Martín de Las Arenas. A las ocho en punto de la tarde no hay ni un alma en la calle y se me estremece el corazón de tanta soledad. Tres parejas contadas de golondrinas surcando el cielo (ya no vienen las andarinas africanas), el rumor del río Carzana, cuatro susurros del viento en las ramas de los alisos, dos tordos trinando de amor en los perales de los huertos de la Calle Nueva y un sonoro silencio amparando los últimos rayos de luz. Me acerco consternado al bar de un amigo y le comunico la amargura de ver cómo el flautista de Amelín se había llevado a lo largo de la tarde a los vecinos. Fran García Trigo -un buen hostelero- me esboza una grata sonrisa y explicado mi temor me dice con su dulzura habitual: “Ye lo que hay”. Pues eso, no hay nada. Es decir, años antes las gentes paseaban, había partidas de naipes, niños jugando… Y así y peor, en todos los pueblos de todos los concejos de nuestros valles. La soledad sonora. El declive de la vida rural. La sabiduría callada de los postreros y postrados druidas. El final de un adiós. Nos queda la esperanza y el milagro del olmo seco.

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