Los últimos druidas
Llegan las golondrinas,
se van las gentes
Celso Peyroux
se van las gentes
Celso Peyroux
Creo que no es mi villa: San
Martín de Las Arenas. A las ocho en punto de la tarde no hay ni un alma en la
calle y se me estremece el corazón de tanta soledad. Tres parejas contadas de
golondrinas surcando el cielo (ya no vienen las andarinas africanas), el rumor
del río Carzana, cuatro susurros del viento en las ramas de los alisos, dos
tordos trinando de amor en los perales de los huertos de la Calle Nueva y un
sonoro silencio amparando los últimos rayos de luz. Me acerco consternado al
bar de un amigo y le comunico la amargura de ver cómo el flautista de Amelín se
había llevado a lo largo de la tarde a los vecinos. Fran García Trigo -un buen
hostelero- me esboza una grata sonrisa y explicado mi temor me dice con su
dulzura habitual: “Ye lo que hay”. Pues eso, no hay nada. Es decir, años antes
las gentes paseaban, había partidas de naipes, niños jugando… Y así y peor, en
todos los pueblos de todos los concejos de nuestros valles. La soledad sonora.
El declive de la vida rural. La sabiduría callada de los postreros y postrados
druidas. El final de un adiós. Nos queda la esperanza y el milagro del olmo
seco.
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