Balada fraterna para quienes en tiempos de crisis pierden la luz de la esperanza y el aliento
Tomo prestado el título de un poema de Mario Benedetti cuyas estrofas me permito ir intercalando a lo largo de estas líneas:
“No te rindas, aun estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo.
Aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,/ retomar el vuelo…”.
Si te entregas te estás humillando. Das por perdida la batalla cuando aun tienes la vida entre las manos y un horizonte de ilusiones por delante. No rindas ante el enemigo tus armas de nobleza. No es más feliz el que más tiene –dicho queda por un sabio- si no el que menos necesita. No eres un menesteroso ni mucho menos pobre. Eres rico de espíritu y albergas en tu alma una ambrosía de joyas y riqueza. Aunque pases la jornada de los lunes al sol, aun te queda el resto de los días para seguir viviendo. La felicidad existe a veces y cuando llega lo hace a breves sorbos. Entonces bébela, vívela y
“… No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje, perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo…”.
Los neandertales -nuestros padres y madres lejanos- desaparecieron de la faz de la tierra; de nuestras cuevas asturianas por falta de fe y esperanza. Sin embargo, por aquí viven, conviven, riñen, odian, engañan, violan, aman, roban, matan y… también mueren los descendientes de la otra estirpe que por ser más sabios –dicen- les llamaron los “sapiens”. Tú y yo, por suerte o por desgracia, a ella pertenecemos y más temprano que tarde habremos de darnos la mano para caminar todos juntos mirando, de tiempo en cuando, para atrás por si se queda en el camino alguno de los nuestros. Calderón lo decía:
“…y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó…”.
La vida es un sueño y hay que vivir su fantasía y manzanas amargas hasta la última luciérnaga; hasta el postrer hálito que pide, grita o suplica un día más de sol.
“…No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío te queme,
aunque el miedo muerda,/
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños…”.
Y de ellos, es decir de nosotros, los que llevaron la mejor parte fueron los avaros, mezquinos, cicateros y soberbios con las manos llenas de codicia que pensaban y piensan que serán los más ricos del camposanto y que sobre su lápida alguien dejará un café caliente y una manta en tiempos de invierno o una sandía cuando abrase el sol. Y no va a ser así. Pobre gente. Ellos sí se rendirán un día, cuando los limpios de corazón les den la espalda.
“…Porque la vida es tuya
y también tuyo el deseo,
porque lo has querido/
y porque te quiero,/
porque existe el vino
y el amor es cierto,
porque no hay heridas
que no cure el tiempo…”.
Son tiempos de crisis y de vacas flacas a orillas del Nilo y otros ríos y montes y valles y pueblos y también la ciudad donde habitas. Si vives en el campo recupera las raíces perdidas y los sentimientos comunales de lo que fue tu primera colmena con mieles de brezo y de romero, leche a la mano de la vaca ratina, escanda del cortinal y papas de maíz, berzas del huerto Dentecasa, compango y, sobre todo, la palabra notarial de padre o del abuelo, que tenían su “aquel”, y la prudencia, ternura y el sentido misterioso de la madre. Algo quedará escondido arriba en la tenada o entre las ramas del roble centenario. Si tienes tu techo a orillas de la mar -que es el vivir- no malgastes tu precioso tiempo contando las olas que desmelenan su espuma sobre la arena de la playa. Mira hacia el horizonte buscando entre la bruma una estela y síguela aunque sople la galerna del nordeste.
Nos anuncian desgracias de todos lados: niños que se matan al regreso de sus vacaciones blancas; otros niños que se mueren de hambre; gente que salta por los aires a causa de una bomba; pueblos perseguidos en los oasis y desiertos de Ali-Babá y los cuarenta ladrones; el vecino del al lado que se quebró la nuca al salir del baño; la mujer degollada por su marido; “eres” malditos y despidos laborales que te impiden ganar la sal, el pan y el agua con el sudor de tu frente… Desgracias que no llegan solas mientras tú te pones al sol el día de la luna y vas tirando hasta que llegue el domingo para beber un culín de sidra con los amigos.
No te rindas ante tu hipoteca ni al banquero de turno que te estará hostigando. No permitas que los buitres de pescuezo pelado hagan redondeles sobre tu cabeza. Crisis como ésta nutre a pirañas y aves carroñeras y ten por seguro que más de uno -poseído por los siete demonios- se frotará las manos y ganará onzas de oro con tu desaliento y el préstamo que aun no has podido devolver. Ten esperanza y lucha por lo tuyo. Por los tuyos. Hay que resistir porque la fe es una fontana de energía y de riqueza. No te des por vencido porque tienes que
“…Abrir las puertas,
quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa y ensayar el canto,
desplegar las alas
e intentar de nuevo…”.
Si no quieres oír el aullido de los lobos que estarán siempre al acecho para tirarse a tu yugular, lee un libro, saca cera a la casa, lleva los niños al colegio; juega con ellos y cuéntales un cuento; contempla también el lunes las estrellas; mira en torno tuyo si alguien pasa hambre; escucha música, haz el amor y aprieta el cinturón como los numantinos. Volverán -como las aguas a su lecho- tiempos mejores y las oscuras golondrinas -en el milagro de la primavera- ya están colgando de nuevo su nido en los aleros. Es cuestión de paciencia. Más temprano que tarde tendrá que haber: -y obligados están los gobernantes a repartir lo que hay porque es de todos- labor, un techo, un pantalón mahón con camisa blanca y limpia, el puchero de la abuela Salomé y una manzana repinalda de las que aún no ha envenenado el muérdago. Hemos de volver a la sobriedad porque, de un tiempo a esta parte, las carretas han pasado delante de los bueyes y entonces, “…caminante no hay camino…” porque la senda se pone cuesta arriba y ante ella
“…No te rindas, por favor, no cedas,
aunque el frío te queme,
aunque el miedo te muerda,
aunque el sol se ponga
y se calle el viento…”.
En verdad, que pena me daría ver a las pirañas hartas de envidia y de codicia celebrando su victoria con tu desaliento. No cedas “…compañero del alma, compañero”. Tan solo la falta de fe podría desmontarte del caballo y desde el suelo oírte gritar hasta desgarrar el cielo: ¡Por qué me persigues sombra maldita! Y levanta de nuevo. Indígnate. Alborota. Busca. Protesta y aúlla si es preciso. ¡Sursum corda!. (A lo más alto corazones)
Nuestros ancestros -más humildes que nosotros- desaparecieron por falta de fe y de lucha cotidiana. Lo tenían todo y todo lo perdieron.
“…Nosotros los de entonces ya no somos los mismos…”
y vemos una luz en el horizonte que nos señala la buena senda escogida. Aquella que nos conduce por “…la secreta escala…” a la fraternidad entre los hombres buscando por tierra y éter las raíces perdidas y la llama solidaria que todos llevamos dentro, porque:
“…Aún hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada día
es un nuevo comienzo,
porque ésta es la hora
y el mejor momento…”
No te rindas, hermano. No te me ahogues en la orilla. Sólo te queda una brazada para alcanzar y asirte a la rama del aliso que da sombra al río de la vida. Un último esfuerzo y dile que la amas:
“…Porque no estás sola,
porque yo te quiero.”
Teverga, Asturias (Spain)
Celso Peyroux