Los últimos druidas
Los trenes silbaron
y se fueron
y se fueron
Celso Peyroux
A veces no hay una segunda
oportunidad para coger el tren. Por estos valles afloraron los árboles
petrificados y, muy a pesar del agorero Palacio Valdés y su “Aldea
perdida”, salieron a la luz en forma de carbón. Toda una revolución en los
siglos XIX y XX que cambiaron por completo el ser y la forma de vivir de
cientos de personas. Silbaron los trenes arriba y abajo y, un mal día, todo se acabó.
Ni ingenieros, ni políticos supieron hacer sus trabajos y así quedaron
sepultadas cientos de toneladas del preciado oro negro escritas en páginas con
dolor y sangre. En Quirós, los especuladores de siempre quieren volver en busca
del tiempo perdido. Es un libro cerrado para siempre y el último tren hace ya
muchos años que silbó por última vez. Las entrañas de la tierra quedaron al
descubierto como buey desollado en la capa de “La Olga” en Ventana y ahí queda
para siempre su cicatriz. El turismo y los nuevos tiempos se llevan mal con quienes
degradan pastizales y bosques. Si el laboreo fuera por extracción interna, otro
tren silbaría.
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