En fe del buen acogimiento y honra que hace el Grucomi a toda suerte de libros, como mecenas inclinado a favorecer las buenas arte, mayormente las que por su nobleza se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado sacar a la luz este Ingenioso Hidalgo Don Minerote de la Macha al abrigo de la clarísima protección de las autoridades que nos gobiernas, a quienes, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico lo reciban agradablemente para que ose bien parecer en el juicio de algunos que, no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos. (1)
En un lugar de la Mancha cuyo nombre significa "la mina" por bautizo de la morisca que extrajo de aquellas tierras los jugos minerales que contienen, cuentan que salió al campo, camino de la costa asturiana, en busca de veneros no ha mucho descubiertos, el más audaz de sus mineros andantes, un ingenioso hidalgo que gustaba cabalgar sobre mula torda, tocado con casco de páxara y armado con pica artillera. Tenía complexión recia, era seco en carnes, enjuto de rostro y surcada la piel por las múltiples marcas azules que el rozar de las rocas va dejando a los mineros más audaces a modo de viejas heridas en los frentes de ataque. Tenía el sobrenombre de Minote o Minerote, que esto poco importa a nuestro cuento: basta que la narración de él no se salga un punto de la verdad por cuanto flaco favor se haría a la pretensión que él tenía de defender la ilustre memoria de las virtudes del subsuelo y que defendía como cosa propia de titanes y gigantes.
Narraba por cientos sus venturas y desventuras desde la más tierna infancia, en que se vio forzado a extremar su natural picaresca buscando fortuna en las citadas minas manchegas, hasta la provecta edad en que, frisando los cincuenta, regentaba la recta administración de aquellas instalaciones y gustaba de que le añadiesen el título de "ingeniero" al de hidalgo, de manera que por do quiera que pasaba las gentes le decían ingenioso hidalgo ingeniero Don Minerote de la Mancha.
Nombrado, pues, con esta noble titulación, quiso adentrarse en la más extraña y secreta de sus aventuras como sería dar cara a una mágica piedra que gozaba de la diabólica cualidad de prender en ella la llama y que yacía frente al bravo mar de Asturias en un lugar que el fraile Agustín Montero, de la Orden de los Carmelitas de Valladolid, le había confiado bajo secreto y que hoy, amigo lector, puedes saber que se llama Arances. El mismo fraile le puso en conocimiento de que el propio rey Felipe II el Prudente le había encargado años atrás del envío a Portugal de dos navíos de aquél carbón de piedra de cuyas cualidades esperaba grandes virtudes para España.
Queden para más adelante las muchas sorpresas y peligrosas aventuras que aquél viaje le deparó, porque justo es que previamente sepamos de la gran biblioteca de la cual extraía Don Minerote sus amplísimos conocimientos de la materia en siglo tan avanzado como es ya este decimoséptimo de la era cristiana.
Es de saber que nuestro ingenioso hidalgo ingeniero, los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año- se daba a leer libros de minería con tanta afición y gusto que olvidó casi de todo punto otros ejercicios de su profesión y aún la administración de las empresas que le habían confiado; y llegó a tanto su curiosidad y desatino que vendió acciones, concesiones y pertenencias para comprar ejemplares en que solazarse y de todos ninguno le parecía tan bien como el que había compuesto treinta y seis años atrás el magnífico caballero Bernardo Pérez de Vargas, dirigido al muy Poderoso Señor don Carlos, príncipe de España. Corría, pues, el año 1569 cuando el susodicho Bernardo, hombre letrado en las ciencias de la tierra y como tal honrado de sus discursos y humilde en sus tareas, emprendió la mayor obra de las artes mineras y metalúrgicas que han visto los tiempos según la docta opinión de nuestro Don Minerote. Así era que guardaba con celo el único ejemplar que había localizado en sus muchas aventuras, tasado a tres maravedíes el pliego. Gustaba de referirse a la obra como "De Re Metallica Hispanica" como desagravio a la leyenda negra de nuestra Patria y como justo desafío a la obra de igual título que se había publicado en Alemania, trece años atrás, a los pocos meses de la muerte de su autor, el médico y mineralogista bávaro Georgius Bauer al que apodaban Agrícola.
De Re Metalica de Bernardo Pérez de Vargas
- Habéis de saber -decía nuestro hidalgo ingeniero- que es "De Re Metallica Hispanica" obra cumbre de las artes mineras universales pues trata muchos y diversos secretos del conocimiento de toda suerte de minerales, de cómo se deben buscar, ensayar y beneficiar, además de otros secretos e industrias notables, así para los que tratan los oficios de oro, plata, cobre, estaño, plomo, azero, hierro, y otros minerales, como para muchas personas curiosas.
Y proseguía Don Minerote haciendo glosas y comparaciones entre la bávara obra teutona y la brava obra hispánica, con la ecuanimidad con que regía sus opiniones pero con el patriotismo con el que defendía la mayor donosura de la obra de su paisano frente a los entrinchados y manifiestamente plagiados capítulos del sajón Don Jorge Bauer.
Con extraordinaria brillantez, adornada incluso con un punto de vehemencia al que muchos calificaban de demencia, continuaba nuestro hidalgo ingeniero la disertación sobre la biblioteca de las artes mineras:
- Grandiosa, ciertamente, es la obra de Bauer, apellido que significa lo mismo que el apodo "Agrícola" con el que lo latinizaron sus contemporáneos para darle carácter universal. Grandiosa, justo es reconocerlo, pero copiada de fuentes clásicas que no cita el muy ladino y que yo gozo en mis anaqueles. "De Animantibus Subterraneis Liber", ¡ese y no otro es el auténtico libro de Georgius Bauer!, pero más que libro, librillo habríamos de decir, que jamás hubiera alcanzado éxito sobre el nuestro si no hubiera contado con el glorioso y oportuno apoyo de su compatriota Gutemberg gracias al cual trascendió las cimas y simas minerales de Glauchau y Friburgo, Geyer y Schneeberg, Annaberg y Altenberg, localidades éstas que con el "berg" dan fe de su carácter minero y montañoso.
De Re Metallica de Agrícola
En efecto, a todas luces era evidente que Agrícola había copiado sin citarlo al gran italiano Biringuccio quien con su obra "De la pirotechnia" había puesto los cimientos sobre los que se apoyarían las dos obras tituladas por igual "De Re Metallica". La diferencia es que el noble hispano supo citarlo y conferir al italiano la grandeza que se merecía y el puesto de honor que nadie debe arrebatarle entre las obras clásicas del arte de la minería. Y dicha diferencia adquiere grados de honrado talante cuando el germano, afectado por engolada vanidad, pretende disimular su plagio desviando la atención en el propio inicio. En efecto, cita allí al gran romano de cuna gaditana Lucius Junius Moderatus Columella, cuya famosa obra "De Re Rustica" dice que pretende igualar. Y la iguala en extensión: recoge aquél en doce libros todo el saber de la agricultura, y recoge éste, en otros doce, todo el saber de la minería.
- ¿Y quien de vuestras mercedes osará contrariarme si manifiesto que al genial Bernardo Pérez Vargas -clamaba Don Minerote- le sobró con nueve libros para igualar y superar la obra de Agrícola? Siendo lo breve, si bueno, bueno a pares, nuestro admirado compatriota consigue desbaratar con menos libros la tiranía de los artífices que sus secretos encubren astutamente en prolongadas prosodias. Habéis de saber que, consecuente con este objetivo, compuso el español un libro que deberían agradecer las generaciones. Recopiló la conversación con muchos sabios así como las grandes escrituras, prestando cumplido homenaje a todo ello. Andan los germanos, los sajones y los galeses esparciendo injustas calificaciones por considerar la Re Metallica Hispánica como una traducción pirata de las dos antes citadas cuando la verdad es que nuestro Pérez Vargas es el único que cita a los autores que le sirven de fuente, práctica noble que no cumplen ni el italiano Biringuccio, que a buen seguro se basó en textos clásicos quizás desaparecidos entre las muchas piedras de la Roma eterna, ni mucho menos el alemán Agrícola, que habiéndose basado extensamente en el anterior no tiene a bien reconocerlo en ningún momento.
Gustaba Don Minerote de extenderse en los cimientos bibliográficos de la minería pues no le suponía más allá de una jarra de vino remontarse a los sabios cuyas obras con orgullo guardaba en las ménsulas de su aposento. Sin embargo, al coger el primero de todos hacía signos que pudieran considerarse blasfemos pero que con cuidada habilidad impedía que se transformaran en palabras que no ha más de un siglo prohibió el Santo Oficio junto con las obras del Index Librorum Prohibitorum que todo cristiano viejo ha de evitar. Con dicha señal trataba de conjurar la prohibición exaltando de paso la veneración que sentía por aquellos libros tan incorrectos. Cogió uno y mientras lo sujetaba con la mano siniestra, hacía con la diestra un extraño ademán, un es-no-es media luna mora y media cruz cristiana, no se sabe si con afán de sincretismo cultural o con el fin de avisar a sus oyentes de lo que se les venía encima:
- Estos tres volúmenes -decía silabeando, blandiendo el índice derecho y esbozando una mueca pícara cuando la ocasión lo exigía- componen el "Quilatador de la plata, oro y piedras preciosas", obra del ilustre orfebre leonés y vecino de Valladolid autor de las custodias de las catedrales de Ávila y Sevilla, Joan Arphe de Villafañe que fue publicada en 1572, en tiempos del augusto Felipe II cuya memoria crece con la obra (o la falta de obra que ahora sufrimos en la persona de su hijo al que no obstante Dios guarde muchos años). Un bienio después, el médico sevillano Monardes publicó el "Diálogo del hierro y de sus grandezas" y trece años más tarde el gran Emperador, al que Dios tenga en su Gloria, habría de editar las "Nuevas Leyes y Ordenanzas" por las cuales regimos hoy en día nuestras minas para el descubrimiento, labor y beneficio de los veneros de oro, plata, azogue y otros metales. El "Quilatador" vio la luz en la ciudad donde habitaba el autor y lo hizo con las artes de Don Diego Fernández de Córdoba, impresor de su Majestad. Como pueden ver, se compone de 76 hojas de un octavo que un buen día aún pude hallar en la misma mercadera de libros, Doña María de Ribero, viuda de Bernardo de Sierra, que tuvo a bien imprimir esta segunda edición en su casa de Puerta del Sol, esquina con la Inclusa. En 1589 salió el "Arte Separatoria" de Don Diego de Santiago y en 1598, recién iniciado el reinado de nuestro soberano Felipe III, nacía otra edición del Quilatador, aumentada ahora a cinco volúmenes, sin duda para contener los muchos pleitos y las muchas irregularidades que vivían y viven las platerías de nuestros Reynos. Y quiera Dios que nadie ose continuar las ediciones a causa de esos males de la Patria...
Tras decir esto, quitóse Don Minerote el casco que ensombrecía su tez y cogió del anaquel otros libros con los cuales mutó el fruncido ceño con que acababa de terminar su plática, por amplia sonrisa de quien acaba de descargar su conciencia.
- ¡Ah!, mejores églogas merece la fermosura de estas otras obras que están dando brillo a la literatura mundial de las minas y de los minerales. Vean aquí el "Tratado de los metales y piedras preciosas y de sus virtudes" que compuso hace más de cien años Bartolomé Ynglés al que conocemos por Bartholomaeus Anglícus desde que Fray Vicente de Burgos realizó esta traducción por el año 1595 pues creo que sería ha diez años. Corresponde al libro XVI de "De propietatibus rerum" y tan solo son treinta y siete hojas sin foliar, pero nunca con tan poco un inglés ha conseguido salvar a su patria de las iras de mi censura. Habéis de saber que este librillo es uno de los primeros impresos en el mundo dedicados exclusivamente a mineralogía, basado, ¡vive Dios!, en los lapidarios de Aristóteles y de Avicena, en las Etimologías de San Isidro y en la obra del doctor universalis San Alberto Magno, cuyo "De mineralibus" no vio la luz hasta el año 1476, casi dos siglos después de su muerte.
Al pronunciar los nombres de tan doctos padres y tan gloriosas obras, nuevamente nuestro hidalgo hacía una ecléctica señal sobre cabeza y pecho para luego dejarse ir en las explicaciones de los muchos minerales que conocía a través de la lectura y relectura de aquellas obras. De su boca salían, como cuentas minerales de un rosario, un glosario alfabético que desde el alabastro hasta la zinguta se rezongaba en gemas y guijarros, cales y metales, penas y arenas cuyos nombres desconocía en su mayoría el que, por educación, aún soportaba aquel discurso de cualidades de la amatista, argerista, cadmia, calamina, cárabe, hematites, jaspe, litargirio, minio, oropimente, serpentina... Y diciendo esto alcanzó el ingenioso ingeniero a subirse al último peldaño de una escalera para echar mano de un último libro que, lejos de las iras eclesiales, había colocado en el lugar más alejado de la vista.
- Y llegamos aquí a la última obra, debida a Gaspar de Morales y salida este mismo año. Por extraña coincidencia, ha visto la luz al mismo tiempo que la obra de un tal Miguel de Cervantes que narra las andanzas de un caballero que si no fuera por su origen agrario bien habría de decir que sus venturas y desventuras corren paralelas a las mías. La obra de Morales o Moralas, que como tal conocen a su boticario los de Paracuellos, debería alcanzar las cimas más altas en las bibliotecas del mundo y no sólo porque el Santo Oficio algún día la relegará a los infernos cuando vea cosas que parecen negar las Santas Escrituras sino por apartarla de las manos de inocentes criaturas cuando vean el modo como trata "De las virtudes y propiedades maravillosas de las piedras preciosas".
Sabido es que en ellas residen muchos de los secretos de la sabiduría humana y ésta no parece haber acompañado al boticario remedión. He de advertiros que la gran erudición de que hace gala llenando páginas de trufados latines y haciendo desfilar a todos los autores clásicos (aunque siempre sean de agradecer las memorias de Aristóteles, de Plinio, de Solinus, de Marbodus, de Leonardus y de tantos magnus) no hace sino ocultar ideas tan descabelladas como que el diamante se debe de labrar con sangre de cabrón y mejor aún si previamente el animal ha bebido vino y comido apio o perejil. Es probable que esta teoría no sea compartida por los famosos talladores holandeses de cuya finura dan fe joyas que luce nuestra augusta señora Doña Margarita de Austria, en esta corte recién mudada a Madrid desde nuestras nobles tierras vallisoletanas.
Hace bien el boticario en ignorar obras de compatriotas como los ya citados Arphe o Pérez de Vargas. Evita así el contraste con su nigromancia pues ¡no se deja defender también que una amatista puesta en el ombligo evita la embriaguez en el hombre y la preñez en la mujer, aunque aquél beba vino en exceso o ésta folle con ardores de carbonera! De ser ciertas las recetas de este libro, fama mundial le auguraríamos pues, siendo sus efectos de fácil comprobación experimental, sin duda a ellos nos habremos de dedicar en nuestras próximas aventuras con taberneras retozonas y seremos entonces pregoneros de sus virtudes por do quiera que pasemos en busca de las mágicas piedras y los ocultos libros que, sin duda, habrán de desbancar en ediciones al citado Cervantes.(2)
(1) Contextualización de la dedicatoria que Cervantes hace al Duque de Béjar.
(2) Fuentes sobre las cuales se ha realizado este ejercicio de intertextualidad en el 400 aniversario del Quijote, cuando este evento ocupa a todo el país y cuando la moda de los plagios ocupa a famosos escritores como Luis Racionero, Lucia Etxebarría, o Dan Brown:
- Miguel de Cervantes (1605) "Don Quijote de la Mancha"
- Miguel Calvo Rebollar (1999) "Biografía fundamental de la antigua mineralogía y minería españolas"
- Herber Clark Hoover (1912) "Georgius Agricola. De Re Metallica". Fisst translation into English, 1912; new 1950 edition, Dover Publivcations (la riqueza de que hace gala en sus numerosísimos comentarios el que fuera ingeniero de minas y presidente de EEUU, H.B. Hoover, nos permite calificar su traducción como un auténtico monumento de la bibliografía minera mundial.
Relato del Libro de Actas del Tercer Encuentro de Escritores de la Mina, Mieres 2005
Como siempre: ocurrente, documentado, divertido, interesante. Enhorabuena Pedro
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