El viernes 2 de noviembre, de 11,30 a 14 horas, en el Palacio de los Marqueses de Gamoneda de Luarca (oficina de Turismo y Museo Severo Ochoa), Correos y el Grupo Filatélico "Río Negro" emitirán un matasellos para conmemorar el 25 aniversario del fallecimiento del Nobel luarqués.
El lunes 22 de octubre se puso en circulación un sello personalizado para conmemorar el evento.
El lunes 22 de octubre se puso en circulación un sello personalizado para conmemorar el evento.
Y quien mejor para hablar y escribir de fallecimientos, tumbas y demás eventos relacionados que Nieves Concostrina, la periodista y escritora que dirigía el espacio "Polvo eres" sobre cementerios, epitafios de famosos y todo lo relacionado con la muerte en Radio 5, hasta su desaparición, colaborando ahora con temas parecidos en la sección "El acabose" del programa "No es un día cualquiera" de Pepa Fernández en Radio1, y en la sección "Acontece, que no es poco" del programa "La ventana" de la Cadena Ser.
En su libro Menudas historias de la Historia, Anécdotas, despropósitos, algaradas y mamarrachadas de la Humanidad, que, además de en papel, se puede encontrar en:
http://www.librosmaravillosos.com/menudashistoriasdelahistoria/index.html
cuenta, entre otras muchas historias, la relacionada con el fallecimiento de Severo Ochoa:
Morirse un 1 de noviembre parece que viene a cuento, pero no. Nunca viene a cuento morirse. La única ventaja es que como estos días los cementerios están muy concurridos, los entierros son más animados y los recintos están más floridos. El Nobel Severo Ochoa fue uno de los que corrió la mala suerte de morir el 1 de noviembre de 1993. Afortunadamente, antes había dejado los deberes hechos: aisló una enzima que luego resultó fundamental para descifrar el código genético. Por eso le dieron el Nobel de Fisiología y Medicina. La enzima se llama polinucleotidofosforilasa, que tiene más letras que esternocleidomastoideo y menos que supercalifragilisticoespialidoso. Severo Ochoa esperaba su muerte desde hacía tiempo, y tan meticuloso como lo era en su laboratorio, lo fue con sus asuntos funerarios. Dejó instrucciones muy precisas. El lugar de entierro no podía ser otro que el de su nacimiento: Luarca, en el cementerio más bonito de Asturias y uno de los más bellos de España. Y, por supuesto, tenía que ser en la tumba donde ya estaba su mujer, Carmen. La esposa de Severo Ochoa murió siete años antes que él, en 1986, y aquello le dejó tocado. Y tanto pensó desde entonces en su propia muerte, que el profesor dejó por escrito el epitafio que debería grabarse en la tumba cuando fuera a reunirse con Carmen. Lo escribió en un papel y se lo entregó a su amigo y biógrafo Marino Gómez Santos. Pero Severo Ochoa quizás desconfió de que su deseo fuera a cumplirse y decidió actuar por su cuenta. Un día, el científico se presentó en casa de su sobrino Joaquín y le entregó un paquete muy pesado. Le dijo que lo abriera cuando él ya no estuviera, y que entonces sabría qué hacer con él. En el paquete había una plancha de mármol blanco con la siguiente inscripción: «Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa, unidos toda una vida por el amor. Ahora, eternamente vinculados por la muerte». El día 1 murió Severo Ochoa en la Clínica de la Concepción de Madrid. El día 3, ya estaba otra vez junto a su mujer. Pasen a saludarle si van por Luarca, porque allí está enterrado un genio. Y díganle, de paso, que gracias en parte a su enzima de nombre interminable, el genoma humano ha sido un éxito.
Tumba de Severo Ochoa y su mujer en Luarca.
Foto cedida por Orlando P. Torres