jueves, 29 de enero de 2015

El don de la palabra, Celso Peyroux

Los últimos druidas
El don
de la palabra

Celso Peyroux

Siempre tengo a mano aquellos versos universales de Paul Eluard: “…Y por el poder de una palabra/ vuelvo de nuevo a la vida/ he nacido para conocerte/ para nombrarte/ Libertad.” Y es que si toda una Audiencia Nacional y los gerifaltes de la SBS hubieran tenido en cuenta las pruebas presentadas por los “cincuenta-y-cinco” magníficos –que injustamente se quedaron sin labor- de la Fábrica de Trubia a través del donde la palabra –oral y escrita-, a estas alturas la Paz y la gloria habrían buscado nido en estos tiempos como lo hacen las aves que comienzan a construir sus hogares para la supervivencia de la especie. Si algunos políticos del tres al cuarto se hubieran implicado, el Nalón sería un manso cauce y la villa un remanso de bonanza con nuevos horizontes por las perspectivas de trabajo que tiene la empresa. Pero no. Sus picos de oro se callaron y hubo de ser el pueblo llano y los despedidos quienes evitaron, por el momento, una borrosa página de “terrorismo laboral”. Se acerca el milagro de la primavera y con él la esperanza.

La carbonera, Maite Zapico

Tus recuerdos están escritos
con la historia oscura de la hulla:
mientras hablas, con gesto de muchacha
te arreglas el pañuelo que cubre tu cabeza,
y con dulzura fatigada, entrecruzas
sobre la falda las pequeñas manos trabajadas.
Entonces eras joven, pero la guerra
había galopado por tu casa, y la paz,
amamantada de miedo y de silencio,
cercada por el hambre y la miseria,
era un pájaro herido y tembloroso
con las alas quebradas. Entonces,
sin quererlo, cruzaste el territorio
de los hombres, saltaste su barrera
y en madrugadas de cuchillos de hielo,
tu cosecha de frutos minerales
robados a la tierra, se hizo lucha
vestida de rabia y de esperanza. Entonces,
sin quererlo, mientras parías hijos
y sostenías los muros de tu casa,
juraste no rendirte, plantarte
contra el viento con la cabeza alzada,
enfrentarte a los días de tormenta,
perenne y recia como un roble.
Me miras con ojos de azabache, carbonera,
y en un instante los recuerdos
enturbian tu mirada, acunan el temblor
entre tus manos, ahogan la palabra
en tu garganta, ¡parecen tan lejanos
los días cercados por el sudor y por las lágrimas!...
Pero de nuevo cruzas firmes las manos,
enfocas la mirada, acunas en tus labios las palabras,
elevas tu estatura como un árbol de profundas raíces,
de poderosas ramas. Carbonera, serás ya para siempre,
emblema de mujeres, ejemplo vivo de una casta.

Maite Zapico
Actas del 2º Encuentro de Escritores de la Mina

jueves, 22 de enero de 2015

De marqueses y cronistas, Celso Peyroux

Los últimos druidas
De marqueses
y cronistas

Celso Peyroux

De muy poco sirvió el marqués de Valdecarzana por estas tierras si no es el “Castañeo de Mil” con sus centenarios árboles y poco más que contar. Es decir, sí, la servidumbre de la época y otras sombras y menos luces. Sin embargo, Zenón de Somodevilla hizo una radiografía, a mediados del siglo XVIII, recorriendo casa por casa los pueblos del reino. Hoy el Catastro de la Ensenada es un preciado documento en el que todos los escritores y cronistas deberíamos reflejarnos para ver los pómulos enrojecidos de vergüenza. Unos y otros -entre ellos los ínclitos y respetados compañeros del RIDEA y otras instituciones públicas y privadas- estamos obligados a rescatar, difundir y defender lo poco que nos queda de nuestra Asturias rural. Cada uno defiende su parcela y así dejamos la pobreza literaria y documental para los que vienen detrás. Veinte cronistas oficiales para toda la región da mucho que pensar en algunos políticos del tres al cuarto. A propósito, Gustavo A. Fernández sería un buen cronista para Grado.

Santa Bárbara en La Campa de L´Abeduriu

Desde El Entrego se toma la carretera local que parte del barrio de la Cascaya en sentido ascendente, se pasa La Nespral y siguiendo las indicaciones de “área recreativa” se llega a la Escuela-taller municipal de la Campa, en el concejo de San Martín del Rey Aurelio. En el recinto se encuentra la capilla.

Capilla de Nuestra Señora  de Covadonga en la Campa de L´Abeduriu
Capilla de Nuestra Señora
 de Covadonga en la Campa de L´Abeduriu
Foto de Pedro Martínez Mielgo, 2000

La Campa es una amplia extensión de terreno resultante de las explotaciones a cielo abierto que hasta hace unos años allí tuvieron lugar. El gran corte en la montaña, junto con las huellas producidas por la erosión le dan un aspecto agreste aunque cubierto de pradería. Pertenece a la parroquia de San Andrés de Linares. Por su proximidad a El Entrego se convirtió en área recreativa y en ella se edificó una capilla en el año 1994, dedicada a la Virgen de Covadonga en la que también se venera a San Antonio y a Santa Bárbara. Esta última imagen se colocó por tratarse del lugar de una zona minera.
Es una pequeña (2,5 por 3,5 metros) y bonita capilla, que cuidan con esmero, y en la que celebran misa el día de la Santina, (8 de septiembre), y de San Antonio (13 de junio). Sólo el año de la inauguración se celebró Santa Bárbara. Las tres imágenes están colocadas sobre repisas en la pared testero.
Se cubre el edificio a dos aguas con teja sobre techumbre de madera y rematado con espadaña en arco con campana, cruz y dos pivotes piramidales. Un pórtico sostenido por dos columnas precede al edificio.
Las tres imágenes son de pequeño tamaño y Santa Bárbara (45 cm), con cara de niña, lleva como atributos una espada, la torre y el cáliz. Bajo la túnica asoman los pies descalzos. Lleva, además de corona de santa, una corona real.

Santa Bárbara de la Capilla de Nuestra Señora  de Covadonga en la Campa de L´Abeduriu
Santa Bárbara de la Capilla de Nuestra Señora
 de Covadonga en la Campa de L´Abeduriu
Foto de Pedro Martínez Mielgo, 2000

(Información y fotos del año 2000 para el libro "Santa Bárbara en Asturias")

miércoles, 21 de enero de 2015

Turón en la mochila, Manuel Jesús López (Lito)

El valle de Turón, estrecho en alguna de sus partes, ha producido en siglo y medio de explotación minera, la increíble cantidad de ¡100 millones de tm de hulla bruta! Llegando a adquirir tal pujanza que su relevancia industrial trascendió allende el Pajares. Paralelamente, su población pasó de los 2000 habitantes de 1.890, cuando comienza el beneficio masivo de sus recursos minerales, a los 20000 en el año 1960, en el que alcanza su techo demográfico. El elemento humano del que se nutre el Valle, está formado por los propios nativos y por otros individuos resultantes de la fusión de aquellos con emigrantes procedentes de los más variados lugares de la península, fundamentalmente de Castilla y Galicia. Eran jóvenes que venían en busca de un dinero rápido y seguro que ofrecía el trabajo de la mina, huyendo de la miseria secular que proporcionaba la vida campesina.
Quizás este conglomerado (angostura geográfica y grandeza económica) haya formado una mezcla química en la mente de esta gran familia turonesa, otorgando ciertas peculiaridades a su personalidad. Por eso se ha llegado a decir que el valle de Turón constituye una unidad independiente de Mieres, no sólo en lo geográfico sino también en la conciencia de sus habitantes. Pues bien es verdad que no existe un solo turones que no sienta el Valle como propio, viva en Turón o fuera de él. Si está próximo se maravilla al descubrir nuevos rincones sin explorar de sus montes y poblados... mientras que desde la lejanía, añora encontrar una ocasión para regresar a sus orígenes, testigos de las vivencias de su infancia y juventud, un tiempo y unos años que suelen ser los más felices de todo ser humano. Ansia recorrer los caminos que serpentean por las laderas y conducen a Misiego o Carcarosa, L' Agueria o El Colleu. Sendas milenarias donde una cuneta, unos guijarros, una "portiella" de acceso a un prado que fue de sus padres o de un vecino próximo, trae a su memoria tantos y tantos recuerdos... Quiere volver para atiborrar de oxígeno sus pulmones en las calzadas que llevan al monte Polio donde la vista se recrea con panorámicas impresionantes: a "La Campa les abeyes", a "La Colladiella" o al bosque del Navaliego, hasta el verano siguiente en que retornará ¡claro que sí! siempre que su salud se lo permita.
Como hablar de Turón para mí supone hablar de los libros que he publicado sobre el Valle, y hablar de mis libros supone hablar de Turón, voy a hacer un comentario sobre el último de ellos que ha visto la luz recientemente. Se trata de "En busca del Turón perdido" (2006) que junto con los otros cuatro anteriores, tiene un argumento común, el cual visionado desde el punto de vista matemático se podría definir como una función de cuatro variables, a saber descripción del pasado, discusión del momento actual, homenaje al paisanaje turonés en forma de fotografías en blanco y negro, y canto al paisaje a través de una colección de imágenes en color.

Noticia de El Comercio: En busca del Turón perdido, de Lito

Por lo que se refiere a la primera componente, hacemos una exposición de los grandes poseedores del Valle, que durante los siglos X al XIV son los señoríos eclesiásticos del convento de San Vicente, de la Real Colegiata de San Isidoro de León y del monasterio de Sahagún. Entre los siglos XV y XIX estos dominios son reemplazados parcialmente por los señoríos laicos de los Bernardo de Quirós, dueños de la Casa de Figaredo, y de los Heredia, fundadores de la Casa de Villarejo en Santullano de Mieres. Luego, en la centuria decimonónica, llega el auge de esta tierra, gracias a la explotación de sus inmensos yacimientos de hulla.
La segunda parte del libro pone sobre la mesa la cruda realidad del territorio en nuestros días. Inmerso de lleno en la crisis del sector minero, esto llevó al cierre de todos sus centros de producción, pasando de los 8000 empleos en su época de esplendor a, prácticamente, ninguno en el día de hoy. No se entiende ante este hecho trágico, como los regidores actuales, conocedores de esta terrorífica regresión que ha sufrido Turón, no sientan escalofríos al pensarlo. Los turoneses en la actualidad somos presa del desencantó, de la decepción, de la desesperanza, de la impotencia y, sobremanera, de la nostalgia que nos comprime, que retuerce nuestras entrañas hasta hacernos daño a veces, que exalta nuestros sentimientos y nos hace pensar a cada instante lo que somos y lo que fuimos, donde estamos y el lugar de marginación en que nos han dejado .Porque en esta capítulo hay siempre disparada una alarma que intenta desesperezar la abulia de nuestros administradores que han conducido a Turón al más espantoso de los abandonos. Este territorio bien podía titularse "el valle del olvido”, pues no existe en Asturias ni, probablemente, en España entera, otro lugar con el mismo nivel industrial y que tan poco haya recibido es esta época de representación parlamentaria en la que, teóricamente, parece que debiera de primar el diálogo, la negociación, la sensatez y la justicia. Son éstos, unos tiempos en los que para compensar la pérdida de puestos de trabajo en las comarcas deprimidas por la crisis del carbón, se reparten ayudas en forma de fondos mineros, pero cuando se trata de Turón, o no se tiene en cuenta el sentido común o han perdido la noción de que Turón sigue en el mapa.
Turón se merece un respeto y una especial atención en honor a su pasado, pero hasta ahora su brillante crónica, ha sido pisoteada e ignorada reiteradamente. Los actuales regidores han vuelto sus espaldas a la historia de un territorio que ha sido heroica y plagada de sacrificios, y para acabar con ese desagravio precisa con urgencia un lavado de cara que le permita coger el tren de la modernidad, al igual que se afanan en conseguir, sin ir más lejos, todos los territorios de su entorno inmediato. Algunos objetivos prioritarios son la circunvalación de La Rebaldana, una verdadera remodelación de la carretera de Lago a Urbiés y de la que conduce al monte Polio y, en definitiva, la creación de un cierto tejido industrial que ocupase a unas 400 personas, lo que supondría tan sólo el 5% de los empleos que tuvo en su época más floreciente, pero que serían de capital importancia para asentar población en la zona y evitar así, la continua regresión demográfica qué está repercutiendo negativamente en otros sectores desde hace tiempo (escolar, hostelero, etc). Ello se conseguiría vaciando (que no revegetando) algunas escombreras a pie de carretera como son las de “Escribana”, "El Fabar" y “La Vegona”, que liberarían algunas hectáreas aptas para el alojamiento de pequeñas empresas. Ello dinamizaría la economía local, ayudando a sacarla del marasmo en que se encuentra.
La tercera parte consta de un amplio repertorio de fotografías en blanco y negro en el que se resume la historia de los últimos cien años. Siguiendo un orden cronológico, a través de más de 120 páginas, van desfilando varios miles de turoneses que han escrito la historia del Valle, prácticamente, desde que Daguerre dio a conocer el invento.
Finalmente, la cuarta variable de la susodicha función, está conformada por una colección de imágenes en color, que pretenden ser un pequeño canto al paisaje turonés, con la que se quiere desmontar el falso tópico creado en la época minera de que "Turón era feo".
Decía Constantino Cabal que en cierta ocasión llegó un hombrecillo a una aldea y se encontró en el primer hostal con una posadera pelirrubia. Entonces, abriendo un cuaderno en el que iba recogiendo todas las incidencias del viaje resaltó la anotación: "En este pueblo son pelirrubias todas las mujeres"
Es bien conocido por todo el mundo que cuando llegaba un forastero al Valle se topaba directamente con La Veguina que era su centro neurálgico. Y en los años de la postguerra, en plena vorágine industrial, aquel barrio estaba constituido por construcciones obsoletas que databan casi todas ellas de comienzos del siglo XX. Aunque, a decir verdad, con lo primero que encontraban sus ojos era La Cuadriella donde estaba situado el parque más importante de Hulleras de Turón. La Cuadriella era un centro industrial plagado de raíles sobre un tapiz negruzco debido al omnipresente polvillo del carbón. Aquello era un maremagnum de vías férreas que talmente parecía la estación madrileña de Chamartín. Y era frecuente que marcharan de Turón con una impresión bastante desfavorable en cuanto al aspecto y morfología del Valle se refiere. Pero aquellas gentes ¿hicieron más que aproximarse a nuestra tierra? Es posible que no. Miraron pero no vieron, porque el valle de Turón era más que eso. Hoy ya nadie duda de que lo de "Turón es feo" era como lo del hombrecillo y la pelirrubia: el fondo del Valle, la parte urbana, sigue siendo la asignatura pendiente de la Administración como explicábamos más atrás; sin embargo, el resto de su paisaje-laderas y cordales que lo circundan, ofrece perspectivas inusuales que, a menudo, embriagan nuestros sentidos. Escenarios espectaculares se presentan ante nuestros ojos desde sus cotas más elevadas como "Polio" y "Cutrifera" desde donde podemos distinguir el puerto del Musel y el mar Cantábrico si el día presenta unas óptimas condiciones meteorológicas. Basta ahora girar la cabeza 180° para encontrarnos con las cimas de "Peña Ubiña”, “Peña Rueda” o el “Pico Torres”, pudiendo divisar desde “Burra Blanca” en la lejanía, hasta los mismos “Picos de Europa”. Pero, a Poniente, y contemplado desde los cuatro puntos cardinales, tenemos ahí un vigía ciclópeo e imperturbable que representa la espina dorsal de Asturias y no es otro que la Sierra del Aramo .Y en medio de esta impresionante topografía, se custodia el bosque del Navaliego. Es el mismo paraíso por el que pulula una abundante fauna (venado, jabalí, zorro, águila...) y que al llegar el otoño se transforma en un universo policromático, gracias a su follaje cambiante que toma tonalidades amarillas, verdes, ocres, violetas y anaranjadas. En los días de estío una sinfonía de cánticos de las más variadas criaturas nos hacen aún más agradable la marcha que discurre muchas veces a la sombra de robles centenarios y de hayas gigantescas. Pero es el mirlo, por encima de todo, el que destaca con sus melódicos trinos que resultan ser un regalo para nuestros oídos.
En fin, verdes campiñas y rutas inolvidables: eso es el valle de Turón.
Manuel Jesús López (Lito),
Actas del Cuarto Encuentro de Escritores de la Mina

En El Venturo..., Heradio González Cano

En el Venturo...

Un dolor sobrehumano
me atormenta
y estrangula, 
más allá del espasmo
de la ira,
ahogando mi voz
en los pulmones,
hundido
en los talleres
de una mina...

Ay triste realidad
de hombres - ratas
que ocultan su dolor,
embrutecidos,
y que con el alma
hecha carbón
rascan la veta
en tanta galería
anochecida.

Laberinto ingeniado
por otro hombre,
que leyenda de Dédalo
no ha sido...
Minotauro insensible
que al minero
a través de los siglos 
su sangre, su vida,
se ha "bebido"...
Tal es la realidad
como mis puños,
esta vez,
alzados a los cielos.

En el barro los pies
hincan subsuelo, 
todo el cuerpo
empujando, ayudando
 a flacos mulos
ciegos, túnel adentro,
sobre el riel,
cargadas de carbón
chirriantes wagonetas.
Mugres, hediondos,
con los ojos
inmensamente abiertos,
temiendo a entibados
con sus puntales secos,
como al grisú fatal
de su último lamento.

Mineros asturianos,
dolientes silicotas,
jóvenes condenados
a una segura tisis.
¿Posible que haya Dios?

Mientras, sube
la jaula

de regreso

a libre


superficie


quedando


mis versos



inconclusos

Heradio González Cano,
Actas del Primer Encuentro de Escritores de la Mina.

Pozo Venturo. Foto de Sara López Arraiza  postales Castilletes Asturias
Pozo Venturo. Foto de Sara López Arraiza para las

Heradio González Cano es abogado y escritor nicaragüense, afincado en Asturias, donde ha investigado las huellas de Rubén Darío a orillas del Nalón. Una mañana de 1963, fue invitado a descender al pozo Venturo, junto con el fotógrafo José Manuel Nebot y un trabajador llamado Elías. Las impresiones de aquella visita quedaron plasmadas en este poema desempolvado para el Primer Encuentro de Escritores de la Mina organizado por GRUCOMI en 2001.

martes, 20 de enero de 2015

Nueva página: Medallas de minería españolas

Hemos añadido una nueva página al blog, como podéis ver en las pestañas superiores. En este caso se trata de un artículo sobre medallas de minería españolas. El autor, y propietario de esas medallas, es don Carlos Díez Viejobueno. Incluye nuestras medallas de los Encuentros de Escritores de la Mina y algunas otras asturianas.

Medallas de los cinco Encuentros de Escritores de la Mina de GRUCOMI
Medallas de los cinco Encuentros de
Escritores de la Mina de GRUCOMI

 Medalla de la Celebración del Cartel de Minas en Oviedo
 Celebración del Cartel de Minas en Oviedo

Medalla de las  III Jornadas Minero Metalúrgicas, Gijón
 III Jornadas Minero Metalúrgicas, Gijón

Medalla de la Expominería 88 en Gijón
 Expominería 88

Medalla de Pozo Carrio, Hunosa 1991
 Pozo Carrio, Hunosa 1991

Medalla del Congreso Internacional de Energía y recursos minerales en Oviedo
Congreso Internacional de
Energía y recursos minerales

Esperamos hacer lo mismo, algún día,con las medallas de minería de Asturias de nuestro socio Miguel Ángel Fernández Figueiras, mostradas en multitud de ocasiones en nuestras exposiciones de Santa Bárbara:

Medallas de Miguel Ángel Fernández Figueiras

Medallas de Miguel Ángel Fernández Figueiras

Medallas de Miguel Ángel Fernández Figueiras

sábado, 17 de enero de 2015

Exposición de Minerales en el IES La Ería

En nuestra sede, el IES La Ería de Oviedo, con la colaboración del departamento de Geología, hemos organizado una exposición de minerales y rocas, que se puede visitar en el hall de 8,25 a 19,45 horas.

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

Exposición de minerales y rocas en el IES La Ería de Oviedo

viernes, 16 de enero de 2015

Convención de Coleccionismo en Oviedo

El Grupo Filatélico y Numismático de Oviedo organiza la XLI Convención Nacional de Numismática y el XXV Salón del Coleccionismo de Asturias.
El evento tendrá lugar el viernes 6 de febrero, de 10 a 14 y de 16,30 a 20 horas. Los socios del Grupo podrán entrar a las 9 presentando el carnet de asociado. 

Cartel convención coleccionismo de Oviedo

jueves, 15 de enero de 2015

La injusticia de Trubia, Celso Peyroux

Los últimos druidas
La injusticia de Trubia

Celso Peyroux

No pretendo descubrir ahora que el mundo está lleno de injusticias. No hay más que darse una vuelta por Haití –cinco años después del terremoto que asoló el país caribeño y que ha pasado al olvido- o por la mitad de lugares del África negra donde un niño se muere por falta de cuidados cada cinco segundos. “Teverga solidaria” está trabajando por y para ellos todos los años pero se necesita que otros pueblos y comarcas imiten esta noble acción. No obstante no hace falta ir tan lejos para darse cuenta que también aquí en nuestros valles comienza a faltar el pan y la sal a muchas familias. Es injusto. No cabe en rincón alguno la acción villana y perversa de despedir a trabajadores que llevaban toda su vida laborando en la entrañable Fábrica de Trubia de gratos recuerdos. Maldito sea una y mil veces el mundo globalizado del dinero con sus multinacionales. Todo se fue al Garete menos la esperanza. Los “cincuenta-y-cinco” valientes despedidos aguantan porque todo el valle los apoyará como ocurrirá esta tarde. ¡¡¡Haití, mon amour!!!

miércoles, 14 de enero de 2015

Exposición en Salesas: XI Certamen de fotografía de INCUNA

En Oviedo, en el Centro Comercial Salesas, del martes 13 al sábado 24 de enero, se puede visitar la Exposición del XI Certamen Internacional de fotografía organizado por INCUNA en 2014. El motivo del concurso fue, en esta ocasión, el Patrimonio y los Paisajes industriales en transición.

Cartel de la exposición de Incuna en el Corte Inglés

El ganador del primer premio, con la foto El Nitrógeno, La Felguera, que ilustra el cartel, es Daniel Ordóñez García. En la foto se ve el cielo desde el interior de un refrigerador industrial.

Fotos de la exposición de Incuna

Fotos de la exposición de Incuna

martes, 6 de enero de 2015

Ángel González y tres calles de Oviedo, Celso Peyroux

El viento y la lluvia de los últimos días han dejado desnudos los álamos. En otros árboles tiritan las últimas hojas y un viento fresco baja del Naranco. (“…El otoño cruzaba/ las colinas de débiles temblores… Ángel González). Como siempre, mucho ruido de coches y las gentes de “la heroica ciudad” caminan deprisa hacia sus casas en busca del almuerzo.

Faustino Fernández Álvarez, periodista

Una calle. (“…y las calles que anduve paso a paso…” A. G.). La de Campomanes con su grotesca y corpulenta estatua en bronce, allí donde comienza El Campillín. Qué cantidad de metal desperdiciado. La camino todos los días y siempre paso por debajo del mirador donde vivía Faustino y ahora lo hacen Luisa y Pin en soledad sonora y ausencia del hombre amado. Algunas veces me fijo en el ventanal por si detrás de las cortinas pudiera un día vislumbrar la sombra del amigo perdido entre el humo de su pipa y la barba del color de las hojas bermejas del hayedo.
Como si fuera un poema, llevo en la mente la última nota que me escribió, con mano enferma, temblorosa y sincera, una semana antes de irse de nuestro lado para siempre: “Querido Celso: Muchas gracias por tu artículo de hoy y por todo cuanto fuimos. Siempre te he sentido cálidamente amigo y siempre supimos el uno del otro. Y además nos


Ángel González con su esposa Susana y varios amigos.

queremos desde hace al menos cuarenta años. Un abrazo muy fuerte.” Faustino Efe Álvarez hacía alusión a un artículo dedicado a él y a Manolo Linares por tierras del occidente y publicado en LA NUEVA ESPAÑA.
Leo a menudo al poeta ovetense -con quien tanto quería- y la entrevista profunda en una conversación que Fausto había tenido con Ángel pocos meses después de concedérsele el “Premio Príncipe de Asturias de las Letras, 1985 en la que hablaba de la soledad del hombre y del poeta: “…Queda quizá el recurso de andar solo,/ de vaciar el alma de ternura,/ y llenarla de hastío e indiferencia,/ en este tiempo hostil propicio al odio…” Poco después sería publicada junto a una antología del poeta bajo el patrocinio de Pepe Cosmen, que tanto me falta. Un año ya de su último viaje y aun tengo su sonrisa ante mi.
En la Plaza San Miguel, me encuentro con Alberto Polledo; el mejor librero, pluma exquisita, buen caminante de auroras y crepúsculos, humanista y mejor amigo. El afecto y las sonrisas de siempre y una promesa que hube de jurar allí mismo: “Tienes que escribir más -me dice- y aquí y ahora me lo juras como cuando lo hacíamos de niños”.

Alberto Polledo y varios amigos el triste día en el que cerró sus 
puertas para siempre la Librería Santa Teresa.

Así lo hice dándole a entender, no obstante, que poco o nada había que escribir bajo el sol del otoño o en cualquier tiempo porque todo estaba escrito ya. Camino de medio siglo de renglones derechos y torcidos, luces y sombras, crónicas y denuncias (campo, mina, asuntos sociales, desatinos municipales), artículos con el verbo del poema a flor de piel, entrevistas a mis druidas queridos que se fue llevando el viento del otoño, novelas y guías de turismo, poemas y ensayos, prólogos y conferencias, recitales… poco queda. (“…Y a última hora no quedaba nada…” A. G.), o también “…después de tanto todo para nada…”, en un verso de José Hierro.
Otra calle. La de Luis José de Ávila. (“…Cuando el viento/ se adueña de las calles de la noche…” A.G.). Con qué regocijo recibí la noticia en la prensa: “Una calle para <el guardián> de historias” titulaba mi periódico. Siento no haber podido unirme a los muchos amigos que se reunieron en La Florida.
Habían reclamado mi presencia desde Candás y Riosa sumándome a los actos en contra de la violencia de género, para presentar el “Llanto de las amapolas” de Antonio Villar Ramos (comandante de la Guardia Civil); un poemario exquisito de rebeldía y denuncia contra los agresores de las mujeres. Por las páginas -tan bellas como dolorosas del poemario- como por el autor y el día consagrado a esta terrible lacra, me volqué, con todas mis fuerzas, para que ambas veladas resultaran del agrado de los asistentes y sirvieran para concienciar a una sociedad que no acaba de revelarse contra ésta y otras injusticias.


Periodista comprometido, amigo y humanista. La “Voz” de Las Asturias escrita en el diario que dirigió durante varios años. Siempre estuvo abierta la puerta de su despacho para acogerme con su sonrisa y bonhomía. En LA HOJA DEL LUNES salían a menudo noticias de mis valles y en los bajos de General Elorza también estaba a mi disposición una Olivetti para escribir la crónica y maquetar la página con una o varias fotografias. Tantos años juntos que ya ni me acuerdo cuántos suman.
Nuestro penúltimo encuentro formando mesa para la presentación de mis experiencias y crónicas en el Caribe: “Haití mon amour” en el Club de Prensa: “…Y del Peyroux comprometido y dinamizador con su pueblo, a conocer las miserias del país más pobre del mundo…”, recordando una frase de su exposición. El último, su felicitación efusiva y abrazo al conseguir la comunidad vecinal de Teverga el premio como “Pueblo ejemplar”


La Florida florece en el otoño con las calles dedicadas a los periodistas y escritores. Noble, comprometida, bella y difícil profesión ésta


de la jungla del papel diario. Orlando Sanz es otro de ellos y me congratulo de ver su nombre en bronce para indicar que es su calle. Evaristo Arce y Orlando Sanz fueron mis protectores y maestros cuando daba mis primeros pasos –cuajados de ilusión y de dudas- en LA NUEVA ESPAÑA a finales de la primavera del “sesenta-y-ocho”. Su “León riente”, tomado de la escultura pétrea que monta guardia a la entrada de la Casa Consistorial de Vetusta, dejaba todos los días el pulso irónico y veraz de la benemérita cciudad.
También se han acordado de los cronistas. ¡Resulta raro! Olvidados vituperados y si pudieran amordazados. Asturias sin cronista, y así cincuenta concejos más. ¡Qué torpeza de políticos! Al fin una luz en el


horizonte y una calle bien merecida -por el camino que conduce al molino de Flora- para una buena amiga, cálamo bien tajado y mujer profunda: Carmen Ruiz-Tilve, con quien tanto quiero.
Cuando estas líneas -escribo para complacer a Alberto Polledo y a otros lectores amigos- me comunican la muerte de Manolo Virginia. Cuántas lágrimas mejillas abajo sin saber cómo retenerlas. Profesor, contertulio, enciclopedia abierta, comunicante veraz de la historia de Teverga y compañero del alma por quien sufro en estos momentos como lanzada abierta en un costado.
Cuatro calles, varios amigos y la firme promesa de mantener vivo el recuerdo, el encuentro de estas amistades tan queridas y la palabra escrita.
En Vetusta, las gentes continúan caminando, como la vida misma por la senda del misterio. (“…El viento se lleva/ silbando/ las hojas de los árboles…” A. G.), pero después del invierno volverá de nuevo el milagro de la primavera y el vencejo azul, como todos los años, hará su nido en el desván de mi vetusta casa.

Teverga, Celso Peyroux

lunes, 5 de enero de 2015

La Mina y el Cielo, Juan Isaac Sánchez García

Sirva esta historia de emocionado homenaje a todos aquellos que dejaron la vida en los tajos; y a todos los valientes que, en brava pelea contra la muerte, metiéndole miedo al miedo, acudieron al rescate.

Apoyado contra la pared de la casa de baños Juan Matías aspiraba con ganas el humo del primer cigarro, un "Celtas" amargo y humilde que le sabía a gloria tras la especialmente dura jornada de aquel día. En los ojos y en las uñas conservaba la orla oscura y grasa de polvo de carbón que el jabón no pudo quitar. Había dado un coladero y todavía, a pesar de la ducha tibia y reconfortante, sentía los pulsos alterados y los brazos entumecidos por el traqueteo del martillo, su metálico e inseparable, ruidoso e infernal compañero de tajo. Enfundado en el traje azul mahón de ir y venir a la mina, sostenía entre los dedos índice y corazón el pitillo mientras esperaba que otro picador, su amigo, terminase de vestirse para emprender juntos, como todos los días, el regreso a casa compartiendo la alegría de vivir, que es más luminosa cuando se han pasado siete horas entre las obscuras entrañas de la tierra.
En el bolsillo izquierdo de la chaqueta iba envuelto en papel de periódico un poco de pan sobrante del bocadillo, grasiento de tortilla y salpicado de partículas de carbón, que los guajes compartirían cuando llegase a casa; extraño manjar impregnado con olor a mina, incertidumbre de minero y cariño de padre. Era como llevarles a sus hijos un pequeño testimonio de su mundo laboral, de su mundo de tinieblas, de esfuerzo, de peligro y de esperanza; un mundo que aquel día, afortunadamente, había acabado ya. O eso creía Juan.
De pronto se abrió la puerta de la casa de baños, y en el umbral apareció a contraluz la figura del lampistero. Antes de que hablara ya supo que el reunirse con los suyos tendría que aplazarse. Aquella visita inesperada no era preludio de algo bueno. En la cara del hombre se veía la preocupación, se leía la noticia y se adivinaba el drama.
-¡No marchéis!, falta Fulano; no ha entregado lámpara. ¡Ha sido en la 3ª!
La reacción del picador fue instantánea, rauda como golpe de látigo. La vida de un compañero demandaba, urgente, su ayuda; generosidad a su corazón; y esfuerzo, otro poco más, a sus brazos. Arrojó contra el suelo lo que quedaba del cigarro y voló a la percha. Se desnudó con celeridad, y al vestirse de nuevo las ropas de trabajo una fría humedad abrazó su torso de atleta. Era su propio sudor de antes.
Corrieron a la boca del pozo y pidieron jaula. Mientras llegaba, Juan miraba hacía arriba, hacía los gruesos cables que se tensaban oscilantes desde lo alto del castillete ¡Dios, qué lentos iban! Al fin aparecieron las gruesas cadenas donde pendía el ascensor y enseguida, con ruido violento de taques, apareció la jaula; sucia, negra... tétrica. Saltaron a ella y dieron la señal de descenso. Pronto la enorme boca del pozo fue solamente un punto lejano y redondo de luz allí arriba. Mientras, ellos se hundían en lo oscuro, en lo profundo... en el infierno. Solo la tenue luz de las lámparas que llevaban colgadas del cuello iluminaba un poco el entorno y sus caras, sirviéndoles de referencia de vida.
Llegaron a la 3ª planta, saltaron de la jaula y, sujetando contra sí las lámparas, corrieron, corrieron... dos, cuatro, cinco kilómetros ¡Quien sabe cuantos! El hundimiento había sido en una galería, y cuando llegaron ya se hallaban allí algunos compañeros. En primer término, volcado, lleno de escombro y parcialmente atrapado por el derrabe, había un vagón.
-¡¿Dónde está la herramienta?!
-Han ido a buscar las palas.
-¡Vamos a quitar este vagón!
- No se puede, pesa mucho.
-¡Caguen D..., agarraros ahí!
Estalló la blasfemia sin intento de injuria; rotunda, brava, cargada de apremio, de urgencia por la vida de aquel compañero sepultado, de ánimo para los demás, de angustia... de heroísmo. Aún no se había extinguido del todo su eco, aún rodaba galería adelante rebotando de poste en poste cuando el vagón, obligado por unos cuantos pares de brazos hechos de nervio, de músculo y de esfuerzos, dejó expedito el camino.
No habían llegado las palas. Juan se tiró de rodillas allí donde el vagón había estado y empezó a escarbar frenéticamente con sus propias manos. Ya no se acordaba del cansancio, no le dolían los cortes que en ellas se hacía con los lacerantes costeros. Delante de él, en algún lugar debajo de aquel montón de piedras, tierra y carbón, estaba un hombre como él, con las mismas inquietudes, con los mismos anhelos, con los mismos miedos y con una familia como la suya. Estaba un compañero que jugaba, quizá, la última partida con la muerte y él, Juan, quería poner en su mano un naipe de triunfo ... de vida.
No pudo ser. Al poco tropezó con algo metálico, redondo y hueco: el casco
-¡Aquí está!
El hallazgo hubiera inyectado nuevos bríos en el ánimo del picador, si es que hubiesen decaído. Pero no; seguía apartando costeros y tierra con el mismo coraje que al principio, con la misma entrega... con la misma furia. Enseguida sus manos encontraron la cabeza, aún caliente, del accidentado. Estaba muerto. Juan Matías continuó apartando escombro, pero ya con lentitud, limpiando delicadamente la cara del compañero caído, que se hallaba con la boca abierta y llena de tierra mirando al cielo, un cielo que nunca más vería y que le había negado la oportunidad de seguir viviendo.

Ocurrió en la década de los 50, en la 3ª planta de Nueva Montaña, en Ablaña.
Juan Isaac Sánchez García,
Actas del Cuarto Encuentro de Escritores de la Mina