Los últimos druidas
Y un malvado flautista
se llevó a los niños
Celso Peyroux
se llevó a los niños
Celso Peyroux
El día en el que alguien firmó el documento de venta del camino de hierro entre Trubia y Santa Marina-Entrago con sus raíles, puentes, locomotoras, vagones… estaba mejor de un dolor de muelas. Todo se hubiera aprovechado. Cantaba el viento entre las rocas
de los desfiladeros; silbaban las locomotoras desde Trubia a Entrago; lo hacían
también las aguas en la cascada de Los Xiblos; entonaba una balada la música
blanca de la nieve; pregonaban Paz pidiendo el aguinaldo y había Belenes de
musgo y copos de madera; se oían tonadas en las siegas, dentro y fuera de la
mina y romances recogiendo escanda; reían lo niños en sus juegos y el alma se
solazaba viéndoles enredar. Había cientos de niños –casi medio millar- que
llegaban de todos los pueblos en repletos autobuses para adquirir las luces de
la vida, respeto, tolerancia y convivencia. La gente era feliz y hombres y
mujeres amaban a sus valles sin tener que irse, un día, en busca de otros
aleros para formar nuevos hogares. Pero otro día funesto llegó un malvado
empresario –de cuyo nombre no quiero acordarme- vestido de flautista, y,
tocando una rancia y tétrica melodía, se llevó la mayor parte de las sonrisas
inocentes en una diáspora dolorosa. Tenemos que velar, cuidar, educar y mimar a
los que nos quedan. “Dejad que los niños se acerquen a mi”.
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