jueves, 11 de febrero de 2016

Y un malvado flautista se llevó a los niños, Celso Peyroux

Los últimos druidas
Y un malvado flautista
se llevó a los niños
Celso Peyroux

El día en el que alguien firmó el documento de venta del camino de hierro entre Trubia y Santa Marina-Entrago con sus raíles, puentes, locomotoras,  vagones… estaba mejor de un dolor de muelas. Todo se hubiera aprovechado. Cantaba el viento entre las rocas de los desfiladeros; silbaban las locomotoras desde Trubia a Entrago; lo hacían también las aguas en la cascada de Los Xiblos; entonaba una balada la música blanca de la nieve; pregonaban Paz pidiendo el aguinaldo y había Belenes de musgo y copos de madera; se oían tonadas en las siegas, dentro y fuera de la mina y romances recogiendo escanda; reían lo niños en sus juegos y el alma se solazaba viéndoles enredar. Había cientos de niños –casi medio millar- que llegaban de todos los pueblos en repletos autobuses para adquirir las luces de la vida, respeto, tolerancia y convivencia. La gente era feliz y hombres y mujeres amaban a sus valles sin tener que irse, un día, en busca de otros aleros para formar nuevos hogares. Pero otro día funesto llegó un malvado empresario –de cuyo nombre no quiero acordarme- vestido de flautista, y, tocando una rancia y tétrica melodía, se llevó la mayor parte de las sonrisas inocentes en una diáspora dolorosa. Tenemos que velar, cuidar, educar y mimar a los que nos quedan. “Dejad que los niños se acerquen a mi”.

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