Los últimos druidas
Crisantemos
para todos
para todos
Celso Peyroux
El hombre es un ser solo y su soledad sonora es la que incendia las hojas de los árboles y colma de cromatismos los bosques. Solos. Huérfanos. Aislados como aquel cirio pascual cuya llama ondula ante un sagrario. Se van los años como silenciosas pasos de raitana y van cayendo las hojas de los robles todos los otoños al tiempo que uno se va dejando, con los días, el alma en las zarzamoras del camino. Afuera orbaya y una alfombra de hojas inertes cubre sendas y caminos que crujen con alegría bajo los pies. Es el último grito de aquello que fue vida y nos dio sombra. Seronda vistió de romería a castaños y hayas, bautizando de blanco las alturas. Habrá en el aire duelo de campanas y susurros de oraciones y plegarias llegarán allá del camposanto. Pronto será tarde de difuntos y un vergel de crisantemos ateridos brotarán -en fingida primavera- sobre blancas cruces y mármoles bruñidos. Nuestros muertos y aquellos que no son de nadie y son de todos. Descansen en Paz.
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